“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 15 de junio de 2010

Viejos sueños de inmigrantes


CRÍTICA TEATRO. El director Eduardo Ceballos consigue una correcta versión de “Babilonia, una hora entre criados”, el grotesco clásico de Armando Discépolo, que pinta la Argentina de la década del 20 y su mundos encontrados

Texto: Armando Discépolo
Dirección: Eduardo Ceballos
Actúan: Carlos García, Nives Paschetto, Julio Chianetta, Irupé Vitali, María Borgobello, Leo Zucca, Bruno Brandoni, Juan Carlos Mac Caddon, Alejandra Aracil, Arlen Buchara y Marcelo González de Galeano
Sala: Amigos del Arte (3 de Febrero 755), sábados, a las 22

Por Miguel Passarini

Una casa de inmigrantes que “pelecharon” gracias a algunos chanchullos fue el escenario elegido por Armando Discépolo (acaso el mayor dramaturgo que haya tenido este país), para retratar con ingenio y agudeza los entretelones de aquellos que vinieron a “hacerse la América” y apenas si pudieron “parar la olla”.
Babilonia, una hora entre criados, escrita por el autor de Mateo y El organito entre las décadas del 20 y el 30 del siglo pasado, regresó hace algunas semanas a la cartelera local, esta vez de la mano de Eduardo Ceballos, quien a su vez homenajea al recordado director rosarino Pepe Costa, pionero del teatro independiente de la ciudad fallecido hace unos años, cuya versión de la misma obra y en la misma sala (de la que Ceballos participó como actor) figura entre los mejores trabajos del vasto historial del teatro independiente rosarino.
“Una hora entre criados”. Esa fue la consigna con la que Discépolo se permitió desgranar a través de un grotesco de pura cepa, y en los 60 minutos exactos que dura la obra, lo doloroso del "no pertenecer", del "no ser", del estar abajo mientras otros, arriba, les pisan la cabeza, en el contexto de dos mundos de orígenes cercanos pero irreconciliables, donde afloran lo mejor y lo peor de cada personaje, a través de parlamentos agridulces mediante los cuales, y como decía Discépolo, “por lo mismo que se ríe, se llora”.
Italianos, franceses y españoles (los criados, encargados del servicio y la cocina), viven en el subsuelo, donde pueden asumir cierta pertenencia en un lugar que no les pertenece, y donde cada uno puede desnudar sus sueños más añorados, a la vez que sus rencores más punzantes.
En ciernes, se trata de una de las obras clave del transito del sainete (el patio del conventillo) al grotesco (los interiores de las casas de inmigrantes). Casualmente o no, Ceballos, antes de estrenar Babilonia, hizo un camino parecido luego de dos largas temporadas con El conventillo de la Paloma, sainete clásico de Alberto Vaccarezza.
Babilonia, una hora entre criados es una pieza que, tanto por su valor simbólico como por su contenido real, no admite remilgos: en ella están condensados los preceptos básicos del grotesco criollo (a su vez, antesala de lo que sociólogos e historiadores rotularon mucho después como “ser nacional”), y sus parlamentos resuenan contemporáneos, en particular en esta versión que respetó a rajatabla el texto y las situaciones, más allá de que no aparezcan la totalidad de los personajes.
Sin embargo, a la puesta, que tiene momentos de gran efecto, le juega en contra la profusión de un elenco que debe resolver situaciones en un espacio demasiado pequeño como el escenario (a la italiana) de la sala Amigos del Arte, más allá de que esa limitación espacial sirva para remarcar el encierro de “los de abajo”, algo que, de todos modos, acontece en muy pocos pasajes de la puesta, acertadamente acompañada con la presencia de dos músicos en vivo. De todos modos, y como pasó con su parienta lejana Sacco y Vanzetti, la obra merecería una temporada en una sala como La Comedia, donde las escenas encontrarían un nuevo modo de componerse en un espacio menos oprimido, al tiempo que permitiría que la versión de este clásico llegue un público más masivo, porque tiene méritos para conseguirlo.
Volviendo a las singularidades del elenco, donde afloran registros de actuación que van del realismo más naturalista a un grotesco que, por momentos, transita por la cuerda floja para tentarse con la exageración e incluso con ciertos recursos del expresionismo, se acompasa con una puesta en escena en la que sí funciona el dispositivo. Si bien no es para nada novedoso, ese “abajo” contado con lujo de detalles por Discépolo, se ve claramente en la versión de Ceballos, merced al correcto trabajo de escenografía, que consigue que funcionen las dos extra escenas de la obra que son fundantes: el mundo de la cocina (la metáfora más feroz en la que se habla de la literalidad de cocinar, pero donde también se “cocinan” otras cosas) y la escalera, que conduce al comedor de la casa, donde acontece una fiesta de compromiso en una noche que complicará las vidas de los criados.
Merece destacarse dentro del elenco el talento y la presencia escénica de Carlos García quien encarna a Piccione (el jefe de cocina). Sus monólogos a público, su intensidad para resaltar lo ideológico que encierra el texto y que por momentos se diluye en el resto de los personajes, está entre lo mejor de todo el espectáculo.
Por lo demás, esta versión, que además sirve como carta de presentación a un novel grupo de actores enfrentados a otro de mayor experiencia (con sus pro y sus contras), también muestra lo irracional, la crueldad y el individualismo frente la posibilidad de una salvación conjunta, acaso una de las particularidades del texto más contundentes, que tiene sus ecos y disonancias en el presente, porque hoy, más que nunca, en el año del Bicentenario de la Patria, Babilonia se revela como la pintura más “descascarada” del viejo sueño de los inmigrantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario