“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




lunes, 12 de julio de 2010

A instancias de un corazón iluminado




Por Miguel Passarini
El discurrir acompasado de una confesión dolorosa pero iluminada, un monólogo dicho frente a un espectador “privilegiado” que nada puede responder dada su condición, y el perdón, la redención (¿el amor a Dios?), algo sobrenatural que “todo lo puede”, incluso aquello que puede parecer imposible, inhumano. Con estos elementos está construido La gracia. Amarás a Dios por sobre todas las cosas, el primero de los espectáculos basados en los Diez Mandamientos que fueron entregados a Moisés (un proyecto que lleva adelante el porteño Centro Cultural Ricardo Rojas), que en agosto de 2008 se presentó en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España. En La gracia, una mujer se enfrenta a quien fuera su victimario, que está postrado, vendado de pies a cabeza, casi inerte. Viene para perdonarlo, para decirle que aquello por lo que fue juzgado, a ella, de algún modo, le salvó la vida cuando intentaba quitársela tomando pastillas. En su discurso (estupendo trabajo de Berta Gagliano), se van develando los entretelones de un vida gris, marcada por “otros sometimientos” familiares que hicieron de ella un ser triste, opaco, aunque dispuesto a redimirse a través de un perdón incomprendido para los demás.
El de Lautaro Vilo (Un acto de comunión) es un texto sin grietas, preciso en su estructura. Un monólogo que, dada la inteligente puesta de Rubén Szuchmacher, deja de ser tal, para volverse un trabajo con cierto sentido operístico, en el que confluyen las tensiones necesarias para que lo que se cuenta adquiera sentido. El despojamiento y la presencia de unos pocos objetos que buscan reconstruir un ámbito hospitalario sin olvidar (por suerte) que se está sobre un escenario, le dan a la puesta una impronta de instalación (sobre todo, por la presencia de la cama), a lo que se suma el sustento lumínico resuelto con el talento que caracteriza los trabajos del diseñador de luces Gonzalo Córdova.
Es así que en La gracia, la dupla Szuchmacher-Vilo consigue una propuesta singular, cargada de giros extremadamente teatrales, pequeños signos, detalles de pura teatralidad. Pero sobre todo, el trabajo responde a una forma de teatro clásico (que por suerte se aleja de cierta tilinguería de la escena porteña contemporáneo), no porque no arriesgue nada, por el contrario, lo riesgoso pasa aquí por la historia, por la temática y por el modo de contarla. El riesgo está omnipresente en el debate ético que se está mostrando y que desde la singularidad de un pequeño conflicto remite a la consigna del proyecto general curado por Matías Umpierrez, sobre todo si se tiene en cuenta que el primero de los mandamientos, “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”, es en cierto modo abarcativo de los nueve restantes.

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