“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




martes, 16 de noviembre de 2010

La multiplicación de la tragedia


7ª EDICIÓN DEL FESTIVAL ARGENTINO DE TEATRO - SANTA FE 2010

El encuentro, organizado por la Universidad Nacional del Litoral, finalizó el domingo con el estreno de “Edipoy yo”, sorprendente versión de “Edipo Rey”, con dirección de Edgardo Dib, al frente de la Comedia de la UNL Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición del miércoles 17 de noviembre de 2010)

La 7ª edición del Festival Argentino de Teatro, que organiza la Universidad Nacional del Litoral (UNL), finalizó el domingo en la ciudad de Santa Fe tras cinco días, con la certeza de haberse convertido en un encuentro consolidado, cuidado y prolijo, al que concurrieron en total unos 3 mil espectadores, independientemente de algunas arbitrariedades en la programación (ver aparte), que bajaron el nivel general de la muestra, que, de todos modos, finalizó en lo más alto con un estreno. Se trató de una inteligente, creativa y hasta desopilante versión de Edipo Rey, de Sófocles (impensadamente, el término es aquí aplicable a un clásico de clásicos), a cargo de la Comedia de la UNL, con dirección de Edgardo Dib (santafesino radicado en Buenos Aires), y las actuaciones de Sergio Abbate, Guillermo Frick, Raúl Kreig, Claudio Paz, Marcelo Souza y Rubén Von Der Thüsen.

Un coro de hombres se presenta ante el público apelando a un play back de una ópera. Son hombres de traje y corbata, son actores que van a representar Edipo Rey de una manera inusual, ingeniosa e irreverente. Son, ante todo, seis grandes actores que revelan el artificio: una estrategia urdida por el director para contar una tragedia conocida de un modo desconocido, quizás apelando al axioma que asegura que si la tragedia se repite una y otra vez, esa misma repetición deriva en una parodia.

Así, encerrados dentro de una especie de vodevil sin puertas aunque con las consabidas entradas y salidas, los personajes están allí, en un living de una casa más o menos común a la que llaman “palacio”. Lo que importa aquí, en primer término, son los actores, en cuyas performances se notan los ocho meses de ensayo y la obsesión por la pulcritud y coherencia que se vuelve un sustento dramático en sí mismo, más allá de lo luminoso de un texto intervenido (palabras de Shakespeare brillan en algunos pasajes), por momentos aquietado y virado a la comedia hilarante, aunque dejando en claro que el destino de tan desdichado personaje (Edipo, “el de los pies descalzos”) está, irremediablemente, en lo trágico.

Todos son Edipo en algún momento del montaje, del mismo modo que Yocasta o los hijos del infausto matrimonio incestuoso tienen sus réplicas. El didactismo elegido para contar la historia se vuelve un hallazgo: los actores, apelando al distanciamiento, saldrán de sus personajes para adelantarse a lo que vendrá, quizás parodiando a Tiresias y al Oráculo de Delfos, al tiempo que podrán ser hombres o mujeres, un hallazgo estético que revela cierto costado “queer” del montaje, abrevando en la teoría que sostiene que el género es el resultado de “una construcción social” y no sexual.

Todos conocen el final de Edipo Rey, sin embargo, la lucidez e inteligencia de Dib, quien se ha ganado en base al talento un lugar de reconocimiento en la escena porteña (en particular, con una extraordinaria relectura de La casa de Bernarda Alba, de Lorca, que se llamó La casa Alba o la otra orilla del mar), hacen de esta versión una gozosa experiencia que permite acercarse a un clásico de los “sacralizados” desde un lugar que para algunos ortodoxos pueda verse como “no permitido”, quizás atendiendo a las palabras del escritor y ensayista Christoph Menke, quien sostiene que “la tragedia trata de la lucha interminable entre lo práctico y lo estético”. Lo que antecede se revela como un detalle que le da real valor a la puesta y la posiciona a la cabeza de otras versiones, dado que se trata de esos textos que siempre regresan, aunque aquí se piensa en el público.

La acción también transcurre en Tebas en medio de la peste, pero podría tratarse de cualquier lugar del pasado o del presente. Del mismo modo, los personajes conservan su impronta clásica pero visten ropa de calle. Sucede que Dib, en segundo lugar, puso el acento en el texto: todo el acontecer, que en pasajes abreva en el melodrama (una rosa roja distingue al actor que le toca encarnar a Yocasta), sirve para llevar al espectador “engañado” al clima de tragedia, un momento irremediable, arrollador y muy logrado del final de la puesta, donde una vez más, e inexorablemente, la fuerza del destino que marca toda tragedia clásica, irrumpe y enmudece.

En el medio, un sinnúmero de guiños al espectador y una clara bajada de línea respecto de la imprescindible búsqueda de la verdad y de castigo a los “culpables”, partiendo de la base que el texto de Sófocles hace hincapié en aquello que sucede cuando la justicia mira para otro lado, completan uno de los trabajos más cerrados de los estrenados a la fecha por la Comedia de UNL, que lleva adelante el proyecto desde 2003, en paralelo con la aparición del Argentino de Teatro.

Once espectáculos, en cinco jornadas, y un saldo positivo

En el marco de una programación con altibajos, hubo este año en el Argentino algunos trabajos memorables como es el caso de los que abrieron la muestra el pasado miércoles: El tiempo todo entero, de Romina Paula (versión de El zoo de cristal, de Tennesse Williams), y El bululú, de Mauricio Dayub y Oski Guzmán, un homenaje al recordado actor José María Vilches. La lista la completan la propuesta de calle Capot, del equipo rosarino de Pata de Musa, y la estupenda Reflejos, de Matías Feldman, espectáculo que surge del deseo del director de despegarse de las variables instaladas en el teatro porteño de los 90. De este modo, Reflejos, un texto de brillante escritura, está cimentado en las actuaciones y alejado de cualquier otro artificio teatral (se hace a plena luz, sin escenografía ni puesta), en el tratamiento de una problemática de puertas adentro entre un grupo de personas que buscan ocupar un lugar de poder dentro de una empresa, al tiempo que desnudan sus historias personales.

Del mismo modo, el biodrama cordobés Carnes Tolendas. Retrato escénico de un travesti, de María Palacios y Camila Sosa Villada, por Banquete Escénico, volvió a conmover a la platea (como pasa en cada lugar donde se presenta) a través del extraordinario trabajo de una actriz travesti que se confiesa en primera persona, mientras mixtura su dolorosa infancia con textos de Lorca como La casa de Bernarda Alba, Yerma o Doña Rosina la soltera.

Un párrafo aparte merece la inclasificable Luisa se estrella contra su casa, que también se vio en la jornada de cierre. Partiendo de una impronta que, en cierta forma, remeda las estructuras de los cuentos infantiles, el joven director Ariel Farace cuenta la historia de Luisa y Pedro, de la muerte de éste en un accidente de moto, y de cómo Luisa deberá sortear su gris cotidianeidad (“existe un ser que vive dentro mío como si yo fuese su casa”, dirá acongojada) para poder correrse del estado en el que está y así “volver” a la vida.

3 comentarios:

  1. "Luisa se estrella contra su casa" no es "inclasificable" es teatro, del bueno, a secas.

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  2. Estoy de acuerdo, sólo fue apreciación, sin intención de ofender a nadie, y menos a alguien que no sé quién es!

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  3. Entonces no le respondás, y ya que estamos repito que lo queer no es lo que vos decís, y menos en teatro.

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