“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




viernes, 29 de abril de 2011

Sugestivas historias míticas





RODAJE ROSARINO. El realizador local Gustavo Postiglione habla de la miniserie “La nieta de Gardel”, proyecto ganador del Concurso de Series de Ficción Federales organizado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, que hasta mediados de mayo se rueda en diferentes locaciones de la ciudad

Por Miguel Passarini (Publicado por El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 27 de abril de 2011)

Gustavo Postiglione es uno de los realizadores rosarinos más prolíficos. Lo confirman su trilogía integrada por El asadito, El cumple y La peli, pero también films singulares como Tremendo amanecer, Días de mayo o el capítulo "(mi) Historia Argentina", del film colectivo 25 miradas - 200 minutos realizado en el marco del Bicentenario de la Patria en 2010.

Su producción, ecléctica si las hay, suma por estos días un nuevo proyecto, una miniserie cuyo rodaje comenzó el 22 de marzo y se extenderá hasta mediados de mayo. Se trata de La nieta de Gardel, proyecto que resultó el único ganador en la provincia de Santa Fe del Concurso de Series de Ficción Federales organizado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), en el marco de la producción de contenidos para la nueva Televisión Digital Abierta.

“Es una miniserie que surge a partir de que ganamos el concurso para series de ficción federales del Incaa que se hizo para la Televisión Pública. Es el primer concurso que se realiza de este modo y que está directamente vinculado con la puesta en práctica de la nueva Ley de Medios Audiovisuales. Al mismo tiempo, es el primer proyecto de estas características que se realiza en la provincia de Santa Fe”, relató Postiglione, quien además de dirigir escribió el guión.

La miniserie, que cuenta con las actuaciones de, entre otros, Carlos Resta, María Celia Ferrero, Poli Chávez, Caren Hulten, Juan Nemirovsky y Matías Martínez, al frente de un elenco de más de 50 actores locales, y el trabajo de un equipo técnico íntegramente rosarino, es un relato que transcurre en tres tiempos históricos: la década del 30, fines de los años 50 y hasta los 70, y la actualidad.

La historia, que parte de una hipótesis que tiene su base histórica pero que luego se pasa radicalmente a la ficción, involucra como personajes a Carlos Gardel y a “la Flor de la Mafia”, Ágata Galiffi, quienes en la ficción protagonizan un apasionado romance en secreto durante los años 30. Fruto de ese amor nace una hija que a su vez tendrá otra niña (Laura, la nieta de Gardel a la que alude el título de la miniserie), cuya aparición en la vida de Juan Foster, un tanguero devenido en detective ocasional, significará el primer paso para la resolución de un gran misterio en torno a una lata de película.

Respecto de la creación de esta relación mítica, el realizador detalló: “Son de esas historias de ficción que uno bien podría pensar que sucedieron, a partir de que estos personajes coincidieron en Rosario en un tiempo y un espacio histórico, y que tranquilamente se podrían haber cruzado. Del mismo modo, de Carlos Gardel y Ágata Galiffi hay pocas referencias de su cotidianeidad: ella fue una mujer muy perseguida por la Policía, muy clandestina, con un aura muy misteriosa, y a Gardel siempre se lo ubicó en un lugar de leyenda y por lo mismo circula tanta información que al mismo tiempo se vuelve inconsistente y entonces permite ficcionalizar”.

Según se adelanta, en términos de ficción, entre idas y vueltas de los años 30 hasta la actualidad, en la miniserie se va armando el rompecabezas de una historia que a medida que avanza abrirá más puertas y, como pasa con todo relato cercano al “film noir” (cine negro), buscará demostrar que nada es lo que parece a primera vista. “A partir de esta cuestión de los mitos populares, nos permitimos armar esta ficción que a nivel narrativo está construida como un policial negro en el cual la nieta de Gardel, que es el personaje femenino que funciona como la «femme fatale» del típico policial negro, va detrás de una lata de película en la que estaría la información respecto del vínculo. Es una lata que supuestamente pasó de Ágata Galiffi a manos de un director de cine, que hizo las primeras versiones de las películas de Gardel pero por ser demasiado vanguardista para su época, lo echaron, y que terminó viviendo en la Argentina y guardando ese secreto. Todo arranca en los 30 y llega hasta la actualidad, con la supuesta nieta de Gardel y un investigador privado buceando en el pasado. De este modo, a nivel narrativo, la miniserie va del presente al pasado contando estos hechos y casi sin pensarlo, la miniserie propone un retrato del país desde los 30 del siglo pasado hasta la actualidad, porque por ejemplo: en los años 70, la hija de Gardel se transforma en una militante montonera, y hasta en un momento aparece Perón”, relató Postiglione.

Si bien el director reconoció que la miniserie tiene humor, el clima que atraviesa es el del policial: “Hay humor, pero es un humor que está dentro de las claves de lo que es, como género, el policial. Creo que el humor tiene que ver también con ficcionalizar algunas cuestiones: por ejemplo vemos a un Gardel en la intimidad y lo vemos con todas sus debilidades y con sus miedos frente a una mujer que lo domina, como es el caso de Ágata Galiffi. Son personajes reales pero lo que se cuenta está entre lo real y la ficción, lo que se narra está siempre asociado a ese límite, y por momentos, parece un cómic o una historieta”.

Respecto de la calidad del material y del cuidado en el rodaje, independientemente de que se verá por televisión, el realizador aclaró: “Con el equipo trabajamos como si estuviésemos haciendo una película, porque la forma de trabajo y la obsesión con el detalle remiten a eso. En la televisión, por cuestiones de tiempo o presupuesto, hay cosas que se dejan de lado, como es el trabajo con los actores. Creo que con este proyecto se puede demostrar que en Rosario se pueden hacer otras cosas; de hecho, hay una televisión diferente que se puede hacer y que a la gente le interesa ver. Creo que tampoco es un dato menor que acá estamos trabajando para la Televisión Pública, y hay que tener en cuenta un concepto que quizás aún no se terminó de instalar y que tiene que ver con que la TV Pública no tiene porqué competir ni con la televisión privada y mucho menos con cuestiones ligadas al rating. Creo que desde Rosario podemos crear una ficción que compita, y no en términos de audiencia sino de calidad, con cualquier producción que se realice en Buenos Aires. De hecho, hay gente del Incaa que ya vio parte del material y quedó sorprendida, independientemente de que no contamos con todos los recursos del mundo”.

Si bien la miniserie ganó un concurso que implica el cobro de un subsidio, hay otros costos que sortear. “Hay una cantidad de dinero fija y no se puede gastar más que eso. Quizás el ideal sería tres veces más de ese dinero, pero lo bueno está también en poder demostrar que con los medios con los que contamos, podemos estar a la misma altura que cualquier otra producción, independientemente de que a nivel técnico trabajamos con la misma tecnología, es alta definición, no tenemos ninguna privación, y el registro nuestro es el mismo de la tevé de Buenos Aires o de la Sony; la diferencia está dada siempre por las resoluciones de producción, que tienen que ver con locaciones, vestuarios o escenografías”, sostuvo Postiglione.

Frente a estas variables, el director destacó el capital humano: “Quizás la diferencia a favor nuestro sea el enorme valor humano y el talento de la gente de acá. Sin ir más lejos, por primera vez en la historia de las producciones locales, hay 50 actores rosarinos con un rol asignado, además de los extras”.

Finalmente, respecto de los canales de emisión de la miniserie, el realizador explicó: “Serán ocho capítulos que se verán por la Televisión Pública, y el material va a formar parte de todo lo que es el banco de contenidos audiovisuales que se está armando para todas las señales públicas del país”.

Más info en: http://gustavopostiglione.blogspot.com/



sábado, 23 de abril de 2011

Imágenes de aquella lluvia que “sucede en el pasado”



CRÍTICA CIRCO-TEATRO


La compañía canadiense Cirque Eloize, que hoy y mañana se despide en el teatro El Círculo, deslumbra con “Rain”, propuesta minimalista en la que destreza y poesía se revelan como sus signos más fuertes

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 23 de abril de 2011)
“Bruscamente la tarde se ha aclarado porque ya cae la lluvia minuciosa. Cae o cayó. La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”. Las primeras líneas del inspirado poema de Jorge Luis Borges acerca de la lluvia se hilvanan mágicamente con la historia de un niño que en su infancia jugaba feliz bajo el agua mientras la primera tormenta del verano hacía globitos en el piso caliente.
Se trata del talentoso y polifacético Daniele Finzi Pasca (Lugano 1964), uno de los actuales directores del Cirque Eloize (junto con Julie Hamelin y Jeannot Painchaud, los fundadores y codirectores), quien sostiene acerca de su singular propuesta: “Crecí en un mundo donde la memoria estaba conformada por momentos robados al tiempo y congelados para siempre. En mis espectáculos, simplemente, muevo esas imágenes”.
Así, apoyado en la potencialidad del cuerpo y a la vez en su simpleza, y en las “imágenes móviles” que éste puede desplegar en escena cuando la técnica es un camino recorrido y allanado, sumando mucho humor e ingeniosos dispositivos escénicos aplicados con un fin narrativo, la elogiada compañía canadiense Cirque Eloize debutó el jueves en el teatro El Círculo (Laprida y Mendoza) con Rain (Lluvia, estrenado en 2004), espectáculo que ha recorrido varias capitales en todo el mundo cosechando elogiosas críticas, que se podrá ver esta noche a las 22, y mañana a las 19, completando así cuatro funciones en la ciudad en el marco de una gira.
“Hay historias que no son historias sino recuerdos”. La frase, a media lengua, en un idioma “sin nacionalidad” aparente, se escucha al comienzo del espectáculo como presagio de un viaje divertido y melancólico por el mundo del circo, montado a partir de fragmentos que abrevan en diferentes estéticas circenses de todos los tiempos en el contexto de una especie de vodevil que mucho recuerda a los viejos circos de Europa del Este, aunque con un criterio particularmente innovador y original.
Lejos de la parafernalia y superposición de planos que impone en sus performances el Cirque du Soleil (por el que Finzi Pasca pasó como director), sus parientes lejanos, los integrantes de esta compañía canadiense, sustentan su propuesta en lo teatral: de hecho, los artistas pueden sostener personajes (cada uno juega con su clown), cantar y bailar con la misma limpieza que llevan adelante rutinas de malabares diversos, trapecio, telas, destrezas en piso, contorsionismo y equilibrio, entre algunas otras.
Con doce artistas en escena, montado en dos tramos de 45 minutos cada uno con un entreacto de algo más de 15, Rain es una magnifica opción para acercarse a la estética del llamado circo contemporáneo o circo-teatro, porque el espectáculo resignifica la excelencia técnica al ponerla al servicio de pequeños relatos sustentados en una minuciosa puesta de luces, uno de los condimentos más relevantes de toda la propuesta junto con la música, que en muchos pasajes es interpretada en vivo con un piano, entre otros instrumentos.
Por momentos algo surrealista, y en todas las jugadas onírica y hasta un poco fugaz, la propuesta del Eloize no pretende contar una historia unívoca. Por el contrario, los personajes van apareciendo en un devenir que remite al imaginario de la niñez, con cierto aire naif, para llenar el escenario con la destreza que los artistas trashumantes (como los que integran esta compañía) adquieren en la calle, poniendo en jaque todo el tiempo particularidades de las performances circenses como por ejemplo la puesta a punto del cuerpo y la fuerza, y que ese esfuerzo no se note en escena.
El equilibrio como signo, con saltos en altura sobre barras y destrezas con objetos varios (desde las clásicas clavas, hasta pelucas o valijas) de un primer acto que empieza tibiamente y va in crescendo hacia el final, dan paso a un segundo segmento del espectáculo en el que la acción adquiere otra textura y dinámica: los velados telones que como patinas dejan traslucir las acciones que vendrán, priorizan la poética del cuerpo y connotan la emoción y sensibilidad de un creador que se vio fuertemente influenciado por un padre y abuelo fotógrafos.
Casi sin barreras idiomáticas (en algunos pasajes narrados, los artistas hacen un esfuerzo importante por hablar en castellano), en el espectáculo prevalece una constante invitación al juego: “Deja que te moje la primera lluvia del verano”, dirán, presagiando la llegada mágica del agua (de la lluvia) y jugando con el verdadero significado de aquello que se pone en escena, que admitirá tantas lecturas posibles como espectadores estén en la platea.
Así, un bello cuadro de trapecio llevado adelante por un dueto femenino acompañado por el piano, otro dúo masculino de equilibrio que literalmente corta la respiración (y se lleva los aplausos más profusos), o un cuadro de telas en el que la luz juega un papel preponderante, del mismo modo que otro en el que una bella trapecista vuela sujeta a un aro mientras desarrolla una serie de destrezas, preparan la escena para el mágico y estremecedor desenlace.
Para el final, tras la presencia de un ángel que llega para hablar de viajes, encuentros y partidas (que como el del film Las alas del deseo, de Win Wenders, parece escuchar e interpretar los pensamientos de los vivos), el agua y la luz juegan un rol unificador: lejos de la destreza que atraviesa el espectáculo hasta ese momento, el desenlace es pura emoción; lo lúdico no es para nada casual, aquel sueño del director de la compañía, esas fotografías de una infancia feliz retozando bajo el agua que cae en un día de lluvia, se corporizan en un pasaje en la que los cuerpos vivos, como saltimbanquis, conviven en el espacio escénico con los “fantasmas” que la complicidad entre la luz, el agua y el movimiento generan en escena. Es uno de esos momentos mágicos que pocas veces se ven en el teatro, es la más bella síntesis de todo lo anterior, es un momento en el que la barrera que separa el escenario de la platea se rompe y las sensaciones de esos cuerpos felices son gratamente compartidas por todos.

viernes, 22 de abril de 2011

El efecto de silenciamiento


DISTINCIÓN NACIONAL. El dramaturgo y director local Esteban Goicoechea ganó el primer premio del concurso de obras teatrales de Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti de Buenos Aires con “El miedo, dos vueltas de llave”. La obra se conocerá en el Centro de Estudios Teatrales de Rosario el próximo 5 de junio

Por Miguel Passarini (publicado por El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 22 de abril de 2011)

Una vez más el teatro rosarino, siempre a fuerza de perseverancia, impuso su calidad, originalidad y profundidad frente al resto de la escena argentina. El miedo, dos vueltas de llave, del actor, dramaturgo y director local Esteban Goicoechea, obtuvo el martes en Buenos Aires el primer premio del concurso nacional de obras teatrales del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (CCMHConti), con el que se hizo acreedor a la suma de 20 mil pesos para el montaje de la obra que se verá tanto en Rosario como en Buenos Aires.
El jurado estuvo integrado por la actriz y directora teatral porteña Cristina Banegas, la dramaturga Susana Torres Molina, el director del Teatro Nacional Cervantes, Rubens Correa; el director y dramaturgo santafesino Rafael Bruza (en representación del Instituto Nacional del Teatro) y el coordinador del área teatro del CCMHConti, Javier Margulis.
“Fuimos seleccionados en diciembre a partir de una convocatoria nacional. Allí quedamos 18 espectáculos y luego viajamos a Buenos Aires y mostramos 20 minutos de El miedo, dos vueltas de llave, la obra que se conocerá en el Centro de Estudios Teatrales (CET, San Juan 842) el próximo 5 de junio, y que también ganó uno de los proyectos de Coproducciones Municipales 2010”, relató Goicoechea a El Ciudadano.
El dramaturgo, que también integra el colectivo teatral Pata de Musa, y que tiene en su haber obras tales como Intervenidos, W! Noche Edipo, Mirta Muerta y Blut! una pareja de sangre (que participó en la última edición del Festival Internacional de Buenos Aires, Fiba, de 2009), habló del desafío que implicó la convocatoria. “Es muy importante para nosotros como equipo de trabajo rosarino (se trata de un elenco concertado) haber ganado este premio porque fue una convocatoria realizada a nivel nacional, y la verdad es que había en el tramo final mucha gente importante, de mucha trayectoria. Entendemos que la preferencia del jurado estuvo en privilegiar la temática de los derechos humanos y la dictadura. Y lo que les interesó de El miedo… fue la especie de tesis acerca de la problemática que plantea esta obra de tres personajes, dado que consideramos al miedo como un instrumento de control y separación”, explicó el director, quien agregó: “A través del miedo es posible generar el efecto de silenciamiento de una sociedad que puede llegar a convertirse en espectadora pasiva de un genocidio como pasó en la Argentina. En nuestros cuerpos está la herencia de la dictadura genocida: el miedo a la demanda de las necesidades sociales, el miedo a la organización, al compromiso colectivo, todo eso acecha en el inconsciente colectivo como un crimen”.
Con un elenco integrado por los talentosos Paula García Jurado (Baby Jane), Ariel Hamoui (Capot) y Gustavo Sacconi (Argentina arde), con arte del artista plástico y actor Mauro Guzmán, asistencia de dirección de Yanina Menelli y dramaturgia y dirección general de Esteban Goicoechea, el premio, que es otorgado por el Fondo Nacional de las Artes para la producción del proyecto, incluye además la presentación de 16 funciones de la obra en la sala porteña del CCMHConti.
Finalmente Goicoechea, quien en la década pasada se perfeccionó en dramaturgia en Alemania y además cuenta entre sus maestros locales al reconocido dramaturgo porteño Mauricio Kartun, detalló que sus personajes están “movidos por el miedo”: “El miedo es una de las emociones más fuertes y penosas, porque paraliza, restringe el modo de relacionarse con los otros, empequeñece
el mundo, aísla. La obra muestra a tres personas intentando protegerse, salvarse del peligro que los acecha, y plantea interrogantes tales como quién es el enemigo, dónde está y qué quiere. Estos tres personajes pueden funcionar como sinécdoque (metáfora) de la sociedad, que además
es un procedimiento que ofrece el teatro (en particular para determinar un personaje ficticio que abreva en otros reales). De este modo, la relación con nuestra historia reciente se hace inevitable, porque surge la pregunta acerca de qué sucede cuando el miedo se propaga como la peste, como
si se tratara de una epidemia de miedo expandiéndose sin límites, como una enfermedad arrojada a una sociedad con premeditación y alevosía. De esto se desprende que el miedo se puede volver una herramienta de control y sometimiento”.

EL PREMIO
Por intermedio del CCMHConti, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación instituyó, a partir de 2008, el premio Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti con el propósito de “estimular la realización de trabajos en diferentes disciplinas que apuesten a nuevas búsquedas creativas”.
La primera convocatoria se otorgó en la categoría Ensayo, la segunda en Cortometraje y la convocatoria 2010 fue para Proyectos Teatrales con temática libre, aunque se dio especial atención a aquellos vinculados con la problemática de los derechos humanos y memoria. Además
del premio a El miedo…, hubo menciones especiales para Pequeño casamiento, de Fabián Díaz, y La cita, de Aldana Cal, ambos de Capital Federal, que realizarán ocho funciones cada una.

martes, 19 de abril de 2011

Una cruda metáfora sobre el desencanto de la burguesía


CRÍTICA TEATRO
Javier Daulte dirige un sólido seleccionado de actores en la versión argentina de “Un dios salvaje”, de la actriz, novelista y dramaturga francesa Yasmina Reza, que pasó el fin de semana por el Fundación Astengo


UN DIOS SALVAJE

Autora: Yasmina Reza
Versión argentina: Federico González del Pino, Fernando Masllorens
Actúan: Gabriel Goity, Fernán Mirás, María Onetto, Florencia Peña Sala: Auditorio Fundación Astengo

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 18 de abril de 2011)
Un libro con obras del artista plástico Francis Bacon (de algún modo el padre del expresionismo figurativo) que alguien toma de forma azarosa de una repisa (al menos eso parece a primera vista), es quizás un presagio silencioso de la “deformidad” en la que se va a transformar aquello que aparece conformado, impoluto, blanquísimo, estable, definido.
Se trata de un living moderno pero acogedor, en el que por algo más de una hora, cuatro personajes (dos matrimonios) desnudarán lo que en algún pasaje uno de ellos definirá como “la lógica de las emociones”.
La reconocida actriz, novelista y dramaturga francesa Yasmina Reza (por lejos una de las más talentosas de la escena contemporánea) pinta en Un dios salvaje, que bajo la dirección de Javier Daulte pasó viernes y sábado por el Auditorio Fundación Astengo, la degradación y la disconformidad como dos de los signos más fuertes de la génesis de la violencia.
Se trata de una pequeña pero efectiva metáfora desde la que se abren un sinfín de análisis posibles en el marco de un texto plagado de guiños al espectador, ferozmente crítico de las arbitrariedades e incongruencias del mundo contemporáneo, algo que desde su estreno europeo ha vuelto a la obra de carácter universal.
Fernando y Bruno, dos chicos de once años, se pelean en la calle. Como consecuencia de la disputa, que en principio parece no ser más que una gresca común, Fernando le rompe la cara a Bruno con un palo y le arranca dos dientes. Los padres del “victimario” acuden a la casa de los padres de la “víctima” para tratar de arreglar las cosas, pero eso no va a pasar.
Una vez allí, los diálogos dejarán entrever la potencialidad de la pluma de la autora de, entre otras, Art, El hombre inesperado y Tres versiones de la vida: el living dejará de ser lo que es para pasar a ser un campo de batalla en el que estas parejas que hablan de “ignorarse con respeto”, sacarán a relucir frustraciones, dolores y hastíos, todo dentro del clima de lo que la misma Reza llama “una tragedia divertida”, aunque aquí lo trágico vire, sin retorno, hacia la comedia más negra.
El supuesto “poder pacificador” de la cultura al que refiere la indulgente (y contenida) Verónica (María Onetto), quien se dedica a escribir, sólo servirá para abrir una puerta que debió quedar cerrada. Alan (Fernán Mirás), abogado y marido de Annie (Florencia Peña), terminará irritando a Verónica y a su marido Miguel (Puma Goity), un simple vendedor de repuestos, al punto que el clima “chejoviano” del comienzo en el que parece no pasar nada, mutará en la misma “crueldad y esplendor” con los que Verónica define a la obra de Bacon.
Así, “moderados en la superficie”, los cuatro sacarán a relucir sus verdaderas personalidades, y entonces, la paradoja de la génesis de la violencia de los niños en cuestión, será un hecho revelado pero anecdótico.
En el medio, las variables de la modernidad, con adicciones varias (al alcohol, al celular, entre otras), pondrán en jaque temas como el machismo y la misoginia, la falsa moral (hablarán de la “dimensión moral del mundo”), el fracaso del matrimonio como institución, las falsas creencias y hasta de la pobreza en África (aunque a la distancia).
Javier Daulte, quien lejos de traicionar su origen en el teatro independiente ha sabido en los últimos años demostrar su enorme capacidad para dirigir actores consagrados del mismo modo que interpretar las verdaderas problemáticas de los textos con los que se involucra (otra prueba es la estupenda versión de Baraka, de María Goos), consigue pasajes de gran fluidez en el devenir de una catarata de palabras que adquieren real sentido gracias a la dinámica que consigue el notable cuarteto de actores.
En ese marco, hasta lo más doloroso que se diga, dispara la risa desaforada en la platea, quizás (es casi inevitable) porque muchos encuentren en las situaciones presentadas un espejo en el cual verse reflejado, y por lo mismo, para muchos (como para los personajes que desarman su compostura hasta la degradación) resulte por lo menos incómodo y hasta quizás doloroso lo que acontece en escena.
Más allá de lo parejo del elenco, el gran hallazgo de esta versión de Un dios salvaje es el extraordinario trabajo de Florencia Peña, quien logra distanciarse de los estereotipos que transitó con sus personajes televisivos para dotar a Annie de matices que la acercan al grotesco: la labilidad emocional del personaje, sus risas y llantos compulsivos, pero sobre todo su corrimiento de cierta pátina frívola con la que se presenta para transformarse en otra cosa, ponen a la actriz en un lugar muy interesante dentro del panorama teatral argentino.
De todos modos, el gran protagonista de la pieza es el radiante texto de Yasmina Reza, el más revelador, enigmático, provocador e inteligente de los conocidos en la Argentina hasta la fecha. La francesa se vale de una narrativa clara y al mismo tiempo profunda, que no se detiene ante los límites de lo que a primera vista podría considerarse como “políticamente incorrecto”, para dar rienda suelta a su más afilada ironía, esa que pone de manifiesto cada vez que piensa cómo el mundo contemporáneo ha traicionado los principios fundamentales del verdadero sentido de la vida.

domingo, 17 de abril de 2011

Pasajes de una fábula triste




CRÍTICA TEATRO
El director Claudio Tolcachir consigue una potente versión de “Todos eran mis hijos”, del dramaturgo norteamericano Arthur Miller, que con tres funciones pasó por el Fundación Astengo, sala a la que regresará el 25 y 26 de junio

TODOS ERAN MIS HIJOS

Autor: Arthur Miller

Dirección: Claudio Tolcachir

Intérpretes: Lito Cruz, Ana María Picchio, Esteban
Meloni, Vanesa González, Federico D’Elía y elenco
Sala: Auditorio Fundación Astengo

Por Miguel Passarini (Publicado en el diario El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del martes 12 de abril de 2011) Una guerra, un montón de proyectos frustrados, un arsenal de secretos que salen a la luz, la muerte que musita, una familia quebrada como el mismísimo sueño grandilocuente que, quizás, le dio origen. Todo está dentro de Todos eran mis hijos, un texto emblemático del teatro contemporáneo, estrenado en 1947, que adquirió con el paso de los años el carácter de clásico porque encierra, detrás de su fábula triste, conflictos y situaciones propias de todos los seres humanos.
La obra, con dirección y puesta del consagrado Claudio Tolcachir (joven director que viene del under porteño y que, entre otras, también dirigió una versión de Agosto, de Tracy Letts), pasó hace una semana con tres funciones a sala llena por el Auditorio Fundación Astengo ( regresa el 25 y 26 de junio) con un elenco de grandes nombres de la escena nacional, encabezado por Lito Cruz y Ana María Picchio.
En Todos eran mis hijos, Arthur Miller (1915-2005) comienza a desentrañar una sucesión de críticas al frustrado sueño americano que se impone poco a poco a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, poniendo en duda, primero, la existencia de Dios, y después, dejando en claro lo arbitrario e inexplicable de la guerra, de cómo acciona para el lado del mal, y de cómo la onda expansiva que genera se puede volver interminable más allá de la supuesta “cura” que ofrece el paso del tiempo.
Para eso, se mete de lleno en la carnadura de los vínculos de la familia Keller, cuyo hijo Larry, piloto del ejército norteamericano, desaparece en combate. Luego, como en delgadas capas, le irá quitando los velos a los padres sufrientes: Joe (Cruz) quedará en evidencia con una atroz denuncia sobre su connivencia con la venta de repuestos fallados para aviones que fueron al frente de batalla, y Kate (Picchio) enmudecerá cuando aquello que tanto guardó respecto de la muerte del hijo (algo que no quiere aceptar bajo ninguna condición), deje de ser una de las tantas historias cajoneadas de los Kellers.
Todo deviene en dramón si a eso se le suma Chris, el otro hijo que, tras jugar con cierta complicidad con el padre y confesarle su amor a la ex novia de su hermano (donde se filtra el melodrama), se entera de la verdad acerca del oscuro secreto familiar.
Es allí cuando el dolor que comienza en el llano de una mañana de septiembre va hasta las profundidades de la historia familiar, y es el momento en el que el elenco logra sus mejores pasajes. La posibilidad de que la negligencia del padre haya podido provocar la muerte de Larry, la puesta a prueba de la fe (“Dios no permite que ciertas cosas sucedan”, dirá Kate), la hipocresía de eso que todos saben pero que nadie dice, serán los carriles por los que discurrirá el conflicto.
Lo interesante de repasar este texto del también autor de, entre otras, Panorama desde el puente y El descenso del Monte Morgan (estrenada en el país y de pronta visita a la ciudad), es que en su escritura aparecen reveladas otras tragedias: “No hay cuerpo, no hay tumba”, dirá Joe, y de inmediato aparecen en el imaginario del espectador los desaparecidos de la última dictadura. Pero no sólo eso: la negligencia como signo de un país que miró para el costado tras el paso de la guerra e hizo su negocio, esos que ganaron dinero mientras otros se desangraban en combate, propone también una reflexión acerca de otras guerras más cercanas.
Entre los destellos fulgurantes de una escritura genial, cuya estructura e hilo narrativo se sostienen más allá de toda modernidad que se le ponga en frente, los mejores pasajes están sobre el final. Y es allí donde la pareja protagónica, agonizante de dolor y de culpa, logra sus mejores momentos de la mano de una dirección inteligente y para nada pretenciosa, que, sabiamente, prioriza las palabras. Es para destacar el trabajo del trío que integran Esteban Meloni, Vanesa Gonzáles (Ann Deever, la joven que enamora a ambos hermanos) y Federico D’Ellia (George Deever). El primero se sumirá en el dolor tras entender los alcances de un hecho privado que hace mella en lo público; los últimos, dos hermanos cuyo padre está preso por un delito que no cometió (y del que Joe Keller es el verdadero responsable), serán, cada uno a su modo, dolientes
víctimas de una historia que se resignifica cada vez que se pone en escena.

"Hay que correrse del lugar en el que se está cómodo"



El actor Lito Cruz habla de “Todos eran mis hijos”, clásico de Arthur Miller de abrumadora vigencia que pasó por el Auditorio Fundación Astengo y que regresará a esa sala el 25 y 26 de junio


Por Miguel Passarini (publicado en el diario El Ciudadano & la gente en su edición en papel del viernes 8 de abril de 2010)

La impronta de artista militante formado en los años 60 y 70 con los mejores maestros (entre los que se cuenta a Hedy Crilla en tiempos de La Máscara) forjó en el actor Lito Cruz el compromiso de sostener un modo de entender el arte que lo habita. A lo largo de estos años, con una trayectoria apabullante en la que sus elogiados trabajos en teatro lo llevaron luego a brillar en el cine y en la televisión, Cruz, a punto de cumplir 70 años, construyó una forma de entender la actuación (el teatro) que se ha vuelto una marca indeleble. Así, Joe Keller, el oscuro padre de familia imaginado por Arthur Miller en la visionaria Todos eran mis hijos, estrenada en los Estados Unidos hace más de 60 años, encuentra por estos días al actor en un momento de madurez y esplendor, frente a su otro alter ego, el no menos sinuoso Oscar Nevares Sosa que interpreta en El elegido, y con el que, noche a noche, seduce a la teleaudiencia desde su elaborado “romanticismo del malo” que mucho recuerda al Marlon Brando de El Padrino.

Lito Cruz junto a Ana María Picchio, al frente de un elenco que completan Federico D’Elia, Vanesa González, Esteban Meloni, Marina Bellati, Carlos Bermejo, Adriana Ferrer y Diego Gentile, protagonizan Todos eran mis hijos, bajo la dirección de Claudio Tolcachir, obra que esta noche y mañana a las 21, y el domingo a las 20, desembarcará en Auditorio Fundación Astengo (Mitre 754).

La obra del extraordinario autor de Panorama desde el puente y Las brujas de Salem, entre otras, según cuenta Cruz en esta entrevista, desnuda las mentiras y miserias que subyacen a una familia norteamericana de la inmediata post Segunda Guerra Mundial, con una madre que espera a que su hijo aviador regrese y un padre ligado con el negocio armamentista, en medio de una falsa fachada que comienza a desmembrarse frente al concepto de “sueño americano” del cual Miller fue uno de los mayores críticos.

—¿Qué representa para vos encarnar uno de los personajes más complejos de toda la obra de Arthur Miller?

—Como todos los personajes, para el actor, éste es un desafío, porque los personajes te desafían el cuerpo, la emoción, la inteligencia, la sensibilidad. A veces, uno está a la altura y muchas veces te gana el personaje. Lo que más me interesó de la propuesta fue el hecho de poder tocar un tema de una obra que se escribió en 1947, un tiempo en el que Miller estaba muy interesado en las ideas socialistas y el comunismo, algo por lo que fue perseguido por el macartismo (por el tristemente célebre senador norteamericano Joseph Mc-Carthy). La obra hace pie en un tema a partir del cual destruye montones de cosas en las cuales se refugiaron los seres humanos, por ejemplo Dios. Porque la madre dice: “Dios existe y un padre no puede matar a su hijo”, independientemente de que ese hijo muera por culpa del padre. Entre otras cosas, el devenir de la pieza lleva a este hombre a quedarse solo frente a su responsabilidad, frente a sí mismo y a su familia y, sobre todo, frente a la sociedad.

—¿Coincidís que esa problemática revela al texto de Miller como uno de los grandes clásicos de la dramaturgia universal?

—Es así, allí radica la categoría de clásico: es un tema eterno, de todos los tiempos. El otro tema que me pareció interesante, y es algo que acerca la obra a nuestra realidad e historia, tiene que ver con que este padre está involucrado en un negocio por el cual unos repuestos para aviones que tienen fallas terminan con la vida de 29 pilotos, y entre los que está su hijo. Allí resuena el caso Lapa que nos marcó a todos, y esa sensación de impunidad en la que los involucrados están convencidos de que “no va a pasar nada”. Como los camioneros que salen a las rutas y creen que pueden hacer lo que quieran, “total no pasa nada” y mueren un montón de chicos que van en un micro. La obra plantea la necesidad de que cada uno sea, en definitiva, responsable de sus acciones, nada más y nada menos que eso.

—¿Sentís que nuestros desaparecidos resuenan de algún modo en el dolor de esta madre que espera al hijo que no vuelve y del cual desconoce su verdadero destino?

—Es que la obra nos da una imagen muy clara en este hijo que no vuelve de la guerra: cuando hay un desparecido, no hay manera de imaginarlo muerto, sólo se lo puede imaginar ausente. Y es precisamente esa ausencia la que hace que padres y madres piensen que en cualquier momento van a volver, porque es imposible no tener la esperanza de que va a volver. Conviven muchos temas en la obra que también, en medio de todos estos conflictos, encierra una historia de amor.

—¿Qué le pasa a un actor de tu trayectoria al ser dirigido, más allá de su talento y reconocimiento, por un director de la nueva generación como es Claudio Tolcachir, que llegó a esta obra con el aval de dirigir “Agosto”, además de todo el reconocimiento por sus años de trabajo en el teatro independiente?

—La primera sensación que tuve fue la de pensar “bienvenido sea”, porque si no nos quedamos entre los viejos, y los viejos siempre necesitamos que la gente joven nos enseñe las cosas tal como las ven desde el punto de vista de su juventud, porque de otro modo uno se queda con sus propias imaginaciones, mientras los jóvenes nos pasan por el costado. Eso, está claro, no nos conviene.

—¿Y qué les conviene?

—Decirles: “Muchachos, ¿nos ayudan?”. Yo le pedí a Claudio que me saque los vicios que tenía al actuar: uno resuelve cosas como actor, quizás con una personalidad que no le va al personaje. Yo estoy muy acostumbrado a meterme las manos en el bolsillo, y eso no servía para contar a Keller, como otros vicios míos. En esos momentos, Claudio decía: “Que no aparezca Lito”, y así aparecía otra cosa. De ese modo armamos el personaje. Hay que ser concientes de que la gente nueva es la única que te puede alimentar, porque tiene otra manera de pedir las cosas, otro vocabulario, una imaginería diferente. Pensá que yo vengo de una época en lo que no había televisor y hoy te comunicás con todo el planeta en dos segundos. Sólo hay que imaginar qué pasa en la mente de estos nuevos creadores que nacieron y crecieron con todo lo nuevo, para confirmar que todo eso nos aporta mucho a los “viejos dinosaurios” como yo, que estoy por cumplir 70 años.

—Siendo uno de los artistas que estuvo más involucrado con la Ley de Teatro y habiendo tenido a tu cargo desde 1996 la primera gestión del Instituto Nacional del Teatro, ¿cómo ves al teatro independiente argentino que es tan vasto?

—Lo veo creciendo mucho gracias a esta ley a la que hacés referencia, y más aún ahora, que logramos sacar la ley de teatros independientes de la provincia de Buenos Aires, que ya se promulgó. Hemos conseguido que vaya para el teatro, por ejemplo, gran parte del dinero de los premios prescriptos, esos que la gente juega y gana, pero que no va a cobrar. Ese dinero de la provincia nos ha permitido organizar en marzo la Fiesta Provincial del Teatro, donde tenemos la Vigilia Teatral del 23 de marzo, que es muy distinta a la que hicieron los militares el 23 de marzo de 1976. Y al día siguiente, hacemos el Contragolpe, y de ese modo arrancamos, año tras año, con la gran fiesta de los teatros independientes. Creo que el camino a seguir es el de la creación de leyes provinciales de teatro para que los teatristas de cada provincia tengan su propio manejo del dinero y puedan producir.

—¿Qué te llevó a proponer otro espectáculo, en este caso de tango, con el que también estás recorriendo el país?

—Se llama Sueños de milonguero, una propuesta que llevo adelante con María Dutil a partir de textos de Borges, Dolina y Fontanarrosa. Lo estamos cuidando mucho, pero lo llevamos por todos lados, incluso a las cárceles. Allí bailo cinco tangos, dos milongas y un vals; es una manera de que el público vea otra faceta mía.

—¿A qué atribuís el fuerte impacto mediático que tiene por estos días “El elegido” que se ve por Telefé?

—La clave está en el suspenso y la sorpresa. Es una telenovela poco convencional, muy alejada de los lugares comunes. Lo que me animó a sumarme al proyecto fue la presencia de Pablo Echarri, que es el protagonista y uno de los productores junto con Martín Seefeld. Ellos tienen a su cargo la producción artística, y eso hace que podamos estar tranquilos porque entre nosotros y el canal hay gente como ellos, que son hombres del cine, el teatro y la televisión, que tienen esa sensibilidad para ocuparse de los contenidos y de las formas. Hay un cuidado extremo en toda la cuestión estética que es muy importante, del mismo modo que el texto y las ideas que se despliegan. Todo eso suma para que la propuesta sea diferente a otras donde se trabaja demasiado rápido y no hay quién controle el nivel de la realización.

—Es coherente con lo que decías antes: nuevamente un equipo de gente joven y nueva al que apostaste...

—Me animé, más allá de todo, porque creo que hay que hacer este tipo de cosas en la televisión del mismo modo que en el teatro: hay que jugarse a producir y, sobre todo, hay que correrse del lugar en el que se está cómodo.

martes, 5 de abril de 2011

Devorado por las palabras


CRÍTICA TEATRO
El actor Ricardo Arias, bajo la dirección del bailarín y coreógrafo David Farías, desafía la tenacidad del público a través del unipersonal “El hablante”, en el que despliega un singular abanico de recursos expresivos

EL HABLANTE
Textos y actuación: Ricardo Arias
Dirección: David Farías
Música: Juan Favre
Video: Damián Tolesano
Sala: La Nave, San Lorenzo 1383, viernes a las 21.30

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 4 de abril de 2010)
Un hombre habla sin parar, extremadamente verborrágico, por momentos cansado, por momentos extasiado, por momentos un poco ausente. Se trata de un “decidor de palabras” que busca desde un escenario instalar un discurso que fluye y se ramifica constantemente. Precisamente, como a ése fluir de palabras quien las dice no le impone ninguna resistencia, la propuesta se convierte en un desafío escénico singular, teniendo en cuenta la omnipresencia de un actor que por algo más de 50 minutos habla sin pausa (pone a prueba la tenacidad del público), al tiempo que construye una coreografía silente que en algunos pasajes le sirve como nexo y en otros como soporte.
En El hablante, espectáculo estrenado el año pasado y repuesto el último fin de semana, el actor Ricardo Arias, bajo la dirección de David Farías, potencia su capacidad expresiva para desarrollar un monólogo a público en el que la temática se resquebraja dejando entrever un denso y abierto entramado de palabras que, desde la improvisación, hilvanan historias de infancias, viajes, pueblos, autos, velocidad, afectos, espera.
Por momentos, la logorrea (compulsión por hablar sin parar, una patología de la que aún poco se sabe) lo asfixia, lo deja sin aire, pero sigue hablando, intentando poner de manifiesto la imposibilidad de silenciarse.
La palabra y el cuerpo, las dos herramientas con las que cuenta el actor para pararse en escena, aparecen en El hablante como el único material, de la mano de una coreografía cartesiana que no es más que un modo singular y expresivo de ocupar un espacio vacío, sin puesta en escena, y en el que el actor concentra su energía y la proyecta en un ejercicio escénico que desafía toda corriente estética imperante (al menos en Rosario).
De este modo, como en una singular “road movie” escénica, el personaje (el actor) propone un transito agitado, agridulce, marcado fuertemente por los desencuentros, las distancias, la obsesiones, las casualidades, las verdades y mentiras escuchadas a diario y la cotidianeidad de su
entorno (Rosario), en la que pone sobre el futuro una mirada algo apocalíptica.
Con mínimos cambios de estilos narrativos, apoyado en la música de Juan Favre (conocido como Juani, quien la compuso especialmente), el espectáculo adquiere por momentos una potente teatralidad en el tránsito de conocer hacia el final algo más de este singular personaje.
Aunque quizás la clave de El hablante esté en el riesgoso desafío planteado al público de sostener la atención por algo menos de una hora, tiempo en el que el actor y su cuerpo en escena hacen todo el trabajo.
El paso de la dupla Arias-Farías por el recordado grupo La Troupe desde fines de los años 80, compañía experimental que dirigió la talentosa Marta Subiela (donde compartieron, entre otros, el inolvidable espectáculo Comedia humana), trae al presente un juego en el que queda al desnudo la idea latente del cuerpo como material único y al mismo tiempo inagotable.
La mano de Farías aporta desde el movimiento la tensión necesaria para sostener lo narrativo, que entre “mudras y chacras” revelados llevan al actor a un estado completamente diferente.
Tanto es así, que la idea imperante de poner en riesgo lo orgánico del actor (bailarín, performer) hasta llegar a un punto en el cual poder perderse en un magma de palabras y direcciones, difumina una primera lectura que puede hacerse del espectáculo en la que se ve al personaje con
los vicios de un político en campaña, desafiando hasta el precipicio más fino la veracidad de su discurso, sumándole a su impronta el ímpetu y la bizarrés de un pastor televisivo.
De este modo, sobre el final de El hablante, sobrevuela otra cosa: cierta oscuridad inunda la acción y la palabra, algo patológico acciona en el pensamiento supuestamente liberado (la “bipolaridad” parece ser la causa). Y es allí donde Arias puede capitalizar todo el trabajo previo y demostrar que aquello que escribió William Burroughs, que asegura que “la palabra es hoy un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso”, es verdadero.

viernes, 1 de abril de 2011

Pueblo chico, infierno grande


ESTRENO TEATRO
Miguel Franchi habla de “Venado Tuerto”, de Leonel Giacometto, obra ganadora de Coproducciones 2010, que cuenta con las actuaciones de Evangelina Ambrogi, Anabela Agostini y Marcela Sartini, que se conoce esta noche, a partir de las 22, en el Centro de Estudios Teatrales

Por Miguel Passarini (Publicada en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del viernes 1º de abril de 2010)
Dos mujeres en una peluquería de pueblo hablan, desde su óptica, de su cotidianidad. Una tercera llega para provocar un conflicto. Se trata de Venado Tuerto, obra de Leonel Giacometto (Arritmia, Madagascar) que integró la lista de las ganadoras de Coproducciones Municipales 2010, y que esta noche a las 22, con dirección de Miguel Franchi y las actuaciones de Evangelina
Ambrogi, Anabela Agostini, Marcela Sartini, se conocerá en el Centro de Estudios Teatrales (CET, San Juan 842).
Según se adelanta en el parte de prensa, “Venado Tuerto es la descripción étnica de una urbe pequeña, con vestigios de ciudad, pero con hábitos de pueblo”.
“Es una idea impulsada por las tres actrices, quienes convocaron a Leonel Giacometto para que escribiera el texto. Comenzaron a ensayar, se presentaron a Coproducciones 2010, y ganaron. Allí ya había en ellas un impulso que luego pude comprobar cuando me convocan a mí para que las dirija. La verdad es que no nos conocíamos y fue muy bueno porque me encontré con tres actrices muy talentosas, muy bien formadas técnicamente, y muy trabajadoras. Fue un proceso de ensayo muy intenso y estoy muy contento con el resultado”, relató el actor y director Miguel
Franchi a El Ciudadano.
Con relación al nombre Venado Tuerto, que remite a esa localidad del sur santafesino, el director dijo: “Seguramente, entre las cosas que motivaron a Leonel a escribir esta obra y ponerle de título Venado Tuerto, habrá muchas cosas de su mundo personal o un deseo de expresarlo así, porque lo de «tuerto», en relación a la mirada, también tiene lo suyo. De todos modos, la localidad podría ser Bigand, Firmat, Tiro Suizo, Empalme Graneros o una peluquería del centro de Rosario; al menos eso fue lo que resultó en el equipo después de los ensayos”.
Respecto de la idea que refleja el conflicto de la obra, en la que tres mujeres en una peluquería hablan de aquello que se oculta en una comunidad pequeña, y sacan a relucir sus “singulares” apreciaciones respecto de temas complejos como la dictadura, los desaparecidos o la unión entre
personas del mismo sexo, Franchi se explayó: “Es un sábado a la tarde en esa peluquería, y aparece esta cuestión del aburrimiento y los comentarios sobre distintos temas, hasta que llega la clienta que estas dos mujeres estaban esperando, y es allí donde aparecen otros temas que no son tan triviales, aunque en la vida de algunas de ellas hayan sido temas completamente ignorados. Entre esos temas aparecen el matrimonio igualitario y la represión de los años 70 y sus consecuencias, como el tema de los niños apropiados por los genocidas. Cuando todo eso está sobre la mesa, la obra pasa para otro registro, se va para otro lado”.
Con relación al modo en el que el equipo se acercó a la temática, el director explicó: “La verdad es que me costaba definir en palabras qué es lo que uno pretende contar: creo que la clave está en la sorpresa, en cómo lo cotidiano acciona en ciertos lugares, del mismo modo que poder plantear cómo la negación acerca de determinado tema puede dejar de ser efectiva y que en algún momento hay que enterarse”. Y agregó: “Cuando leí la obra, sin las actrices en el espacio, vi un texto muy provocador y riesgoso, y quise asumir ese riesgo, porque no podemos hacer obras de teatro donde los personajes digan sólo aquello que uno quisiera oír. De hecho: en todo lo que uno ve, salvo con los héroes que así son de aburridos, hay cosas o los personajes tienen debilidades que los vuelven jodidos, y quizás sea ésa la clave de un buen argumento. Precisamente, por esa provocación, creo que es una obra muy bien escrita”.
Finalmente, el creador de El 45 y del reconocido personaje Germinal Terrakius, reflexionó: “Me tomé mi tiempo, porque no podía dejar de pensar en esas cuestiones de la obra, y decidí que debía hacerla, más allá de que a algunas personas no le guste lo que dicen por momentos los personajes, pero es lo mismo que dice mucha gente y no sólo en las peluquerías, también lo escuchás en la cola del Iapos. Respecto de esta cuestión, hablé bastante con amigos y gente del medio con los que nos conocemos por compartir el oficio en los últimos 30 años; uno de ellos, que sufrió la represión en carne propia, me dijo: «Si querés correr el riesgo, con esta obra, vas a instalar un debate hacia adentro de nuestro propio campo. Yo pienso que el debate es útil siempre, y si debatiendo alguna persona se enoja yo puedo pagar ese costo, no le tengo miedo a los efectos de lo que la puesta en escena de esta obra pueda generar”.