“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




lunes, 28 de noviembre de 2011

Un canto dantesco y visceral







ESTRENO TEATRO. Carla Saccani habla de “El malentendido”, de Albert Camus, obra del grupo Pasillo Teatro, que cuenta con las actuaciones de María Belén Ocampo, Vilma Echeverría, Daniel Feliú, Daniel Covacevich y María Romano, que esta noche, a partir de las 20.30, se presenta en la sala Lavardén, de Sarmiento y Mendoza

Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del lunes 28 de noviembre de 2011)
La diversidad de poéticas sumada a un real sentido de profesionalización son las marcas más fuertes en la producción teatral rosarina del último lustro. De una nueva camada de creadores, la actriz y directora Carla Saccani se despega del resto por prepotencia de trabajo, intuición e inteligencia. La prueba más contundente es su abigarrada versión de Fraternidad, de Mariano Moro, una ópera prima que se destaca entre lo mejor del año que termina. Pero para confirmar que no se trató de una casualidad o de cómo, muchas veces, en el teatro opera la suerte del principiante, la directora, al frente de su grupo Pasillo Teatro, dará a conocer esta noche, a las 20.30, en la sala Lavardén (Sarmiento y Mendoza, donde volverá a presentarse el sábado, a las 21.30), una incuestionable versión de El malentendido, de Albert Camus, un autor que desde sus años de estudiante de teatro se volvió un deseo y una referencia para Saccani.
“Amo a Camus porque amo a los escritores, porque comprenden el mundo como nadie, porque lo crean, porque nunca se resignan a la palabra muerta; porque en eso consiste su «estar en este mundo», porque no agachan la cabeza frente a los muros de lugares comunes que se levantan en el discurso cotidiano como pestes silenciadoras, porque nunca dicen ni escriben algo porque «algo hay que decir»”, escribió Saccani hace unos días en su muro de Facebook con la fruición que caracteriza su compromiso frente a la elección que hace tiempo hizo por el teatro, y en lo que se revela como una especie de aguafuerte con aires de declaración amorosa hacia ese autor que, como pocos, supo del teatro desde adentro, y escribió desde el desencanto y la pérdida en medio de una Europa entre dos guerras e imbuido, entre otras cosas, por la filosofía de Nietzsche.
Rodeada de un elenco de grandes actores rosarinos, integrado por María Belén Ocampo, Vilma Echeverría, Daniel Feliú, Daniel Covacevich y María Romano, con la asistencia de dirección de María Florencia Sanfilippo, la escenografía de Cristian Grignolio, el vestuario de Ramiro Sorrequieta y la música de Esteban Sesso, entre otros rubros de importancia, y apelando a un inusual sentido de producción (la obra ganó una de las Coproducciones Municipales 2011, y cuenta con el apoyo del Centro Cultural Parque de España y la Alianza Francesa), Saccani parece querer apostar por la recuperación de un público: “Pasillo Teatro tiene como premisas revalorizar el texto teatral, profesionalizar el oficio del actor y hacer una apuesta fuerte en la difusión de sus espectáculos para acercar al público general al teatro que se produce en Rosario”, asegura, al tiempo que sostiene que “el teatro sin el público no tiene sentido”.
El malentendido, escrita en 1944, relata una historia fuerte, atravesada por el suspenso y encarnada en personajes que la directora describe como “memorables”. Segunda posguerra europea: Marta (María Belén Ocampo) y su madre (la enorme Vilma Echeverría), dueñas de un hotel en las afueras de un pueblo, tienen el secreto oficio de asesinar a los huéspedes solitarios para quedarse con su dinero. Para hacerlo, despliegan una serie de rutinas, “desconcertantes para el recién llegado”, con el objetivo de descubrir si se trata de la víctima indicada, es decir si está solo y si tiene suficiente dinero. La llegada de Juan (Daniel Feliú), un hombre de clase alta y muy condescendiente, enciende la ferocidad de Marta, que no nota que este hombre no ha llegado solo sino junto a María, su mujer (María Romano). Si todo le sale bien, ésta será la última víctima y así podrá abandonar el hotel para conocer el mar, su sueño más anhelado. Pero los planes se complican severamente cuando las hoteleras, “dos mujeres asesinas” tal como las define de la directora, descubren la verdadera identidad del visitante, al tiempo que un silente criado (Daniel Covacevich) es el testigo de todo lo acontecido.
—¿Cómo fue el proceso de armado de “El malentendido” , en el que te planteaste, al mismo tiempo, respetar y actualizar a Camus?
—Fue un proceso muy largo: un año y siete meses desde que comenzamos, teniendo siempre presente la idea de la escucha hacia los demás, con muchos cambios de rumbo, mucha prueba de cosas diferentes, tratando siempre de construir, sin destruir lo que ya estaba. Fue así que se fue armando El malentendido. Quizás por esto es que ahora, con el trabajo terminado, veo muchas capas y recuerdo esos momentos en los que nos inclinábamos por algo más realista, y otros donde virábamos hacia algo más extrañado. El trabajo me resulta hoy muy interesante porque puedo ver plasmadas esas distintas etapas del proceso, y al mismo tiempo, la obra está intacta.
—¿Por qué elegís Camus, qué cosas de su obra se revelan como irresistibles en relación con tu visión de lo que debe ser el teatro hoy en Rosario?
—Lo elijo por varios motivos: primero porque es una autor muy duro, muy inteligente, ácido y brutal. Es un autor al que llegué en la adolescencia, hace unos quince años (hoy tiene 31). Lo primero que leí fue El extranjero y llegué desde (Ernesto) Sabato, por una recomendación de esas que te dicen: “Si leíste El túnel y te gustó, te va a volar la cabeza”, y fue verdad. De hecho: a El extranjero vuelvo siempre y no me pasa lo mismo con El túnel. Pero además, la obra completa de Camus es como que te agarra de la solapa y te dice: “Pará y pensá”. Yo siento que es una autor cuya vigencia radica en que te destruye todas esas verdades de las que uno se suele agarrar cotidianamente para darle sentido a lo que hace. Muchas veces, cuando más nos damos cuenta de que estamos creyendo en cosas que a lo mejor son superficiales, aparece la angustia, y una vez que está allí, afloran las verdades más profundas, y eso resignifica todo.
—¿Y por qué “El malentendido”?
—Porque me parece que es un canto dantesco contra la buena onda porque sí, por eso para mí es tan interesante poner en escena a un autor existencialista como Camus, hoy, en Rosario. Siento que vivimos dentro de un discurso que está todo el tiempo diciendo: “Bueno, ya va a pasar, todo va a ser para mejor, está todo bien, seguí adelante y si ves algo malo, mejor no lo digas, para qué vas a boicotear”. Siento que Camus es una trompada contra ese discurso y al mismo tiempo, es una vivificación de la palabra. Creo que en ese punto también radica nuestra decisión como grupo de trabajo de hacer ensayos abiertos con la prensa, sumar opiniones, algo que es duro pero muy enriquecedor: soportar la angustia de ese momento y poder cambiar de rumbo a tiempo. Elegir Camus tiene que ver también con darle lugar a la palabra, y una palabra con sentido, y lo digo también desde lo macro: estamos en una época donde tenemos una presidenta que es un lujo escucharla hablar, porque te convoca y te invoca, te llama a imitar su energía, su inteligencia, su lectura. Para mí, escuchar hablar a Cristina, es una especie de poesía. Estamos en una época con un norte, y eso me alienta a proponer desde el teatro, porque hoy estamos con un nuevo paradigma en relación con la palabra.
—¿Cómo definirías lo que acontece en la sinuosa y al mismo tiempo revelada trama de “El malentendido”?
El malentendido, con ese nombre tan inquietante que tiene, es una especie de policial negro en el que dos mujeres, Marta y su madre, de la cual nunca nos enteramos el nombre, administran un hotel muy particular en la segunda posguerra europea. De hecho, este hotel está perdido en un puntito del centro de Europa, alejado de todo. Estas mujeres tienen la obsesión de conocer el mar, sobre todo la hija, porque la madre vive cansada. A partir de este deseo, asumen el oficio de ser asesinas, porque así lo viven, como un oficio: son hoteleras y también son asesinas, y despliegan una cantidad de rutinas para poder concretar esos asesinatos, en particular con la elección de sus huéspedes, porque no matan a cualquiera. Ellas matan a aquellos que se encuentran solos y después de averiguar que tienen dinero. Todo parece transcurrir en este clima de policial negro, con muchos planteos filosóficos sumamente atractivos, hasta que aparece un huésped inesperado, alguien que oculta su identidad, les miente, no dice quién es en realidad. Cuando llega el momento en el que estas mujeres descubren de quién se trata, todo cambia en la historia, y es allí donde las palabras de Camus adquieren un sentido demoledor.
—¿A qué te referís cuando hablás del sentido demoledor de esas palabras?
—Camus es un autor que habla de la muerte, del dolor, de la angustia, del sinsentido de la vida. De hecho: hay una pregunta radical en El malentendido que para mí no es ni vieja, ni pasada de moda, y que tiene que ver con cuestionarse si tiene o no sentido estar vivos, y si ese sentido realmente existe, preguntarse cuál es, qué le podemos aportar cada uno de nosotros al mundo en el que vivimos, a la profesión en la que nos desarrollamos, a la gente que tenemos cerca, para que no sea sólo vivir para disfrutar, pasar el día y llenar el tiempo.

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