“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




lunes, 5 de marzo de 2012

Una encrucijada alucinada



ESTRENO TEATRO. El autor y director local Rody Bertol habla de “Una idea para una pequeña obra (una comedia de acá)”, la nueva producción del Centro Experimental Rosario Imagina, que indaga en las desventuras de un escritor, y que se presenta los sábados, a partir de las 22, en La Manzana, de San Juan 1950


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del sábado 3 de marzo)
Un equipo artístico consolidado aunque de puertas abiertas, la concreción de una serie de anhelos, y dos décadas de trabajo son algunas de las variables que caracterizan la producción del Centro Experimental Rosario Imagina, que lleva adelante desde 1991 el director, investigador y dramaturgo Rody Bertol. Tras un par de años intensos en materia de funciones y de llegada al público, el grupo estrenará esta noche, a las 22, en La Manzana (San Juan 1950), Una idea para una pequeña obra (una comedia de acá), con texto, dirección y puesta en escena de Rody Bertol, que cuenta con las actuaciones de Juan Nemirovsky, Gisela Sogne, Martín Ovando, Soledad Murguía, Paula Viel, Diego Bollero y Chavo Ghirlanda, con escenografía de Niche Almeyda, asistencia de montaje de Natalia Trejo y Sofía Dibidino Ballario, y entrenamiento actoral de Claudio Danterre.
Jugando entre la comedia televisiva y los gags de Alberto Olmedo, aunque sin perder de vista la singularidad de Woody Allen, como tampoco los discursos sagrados de Chejov o Shakespeare, Bertol se aventuró a narrar la historia de Pedro, el protagonista, quien es abandonado por su mujer y atrapado en una encrucijada mortal, al tiempo que se debatirá entre su vocación de escribir y el valor de la amistad para encontrar un sentido a su vida. No le resultará fácil: una excéntrica y pesadillesca fauna de personajes andará suelta por su departamento durante las más extrañas noches de su vida, y dará lugar a situaciones divertidas.
—Se intuye en la propuesta cierto aire a los films de Woody Allen: un dramaturgo, sus vínculos amorosos, una novia invisible…
—Lo inicial fue conformar un equipo con mucha formación teatral. Y cuando comenzamos a construir la dramaturgia no pudimos dejar de caer en la tentación de recordar algunas rutas primaverales de finales de los 80. Una época con tantos rizomas…, “promesas en el bidet y anteojos espejados”. Y fue así que, primero, tomamos algunas viejas comedias de Woody Allen, junto a varios sketchs de “No toca botón”, de Alberto Olmedo, y los cruzamos con eternos fragmentos de Shakespeare y Chejov, que se nos aparecían en las improvisaciones. A partir de experimentar y jugar con esos cruces, de materiales aparentemente tan lejanos y diversos estéticamente, pero que sin embargo inequívocamente forman parte de nuestro imaginario, a lo que iba surgiendo le fuimos agregando sonidos, imágenes, textos y, por supuesto, caprichosamente algunos temas musicales. De este modo, en ese collage, en esa contaminación, fueron apareciendo situaciones disparatadas que a medida que avanzó el proceso nos llevó a inventar una historia que tuviésemos ganas de contar y nos resultara cercana y divertida.
—¿Cuánto de alter ego propio tiene el personaje de Pedro, el dramaturgo que interpreta Juan Nemirovsky?
—Planteada como una comedia dramática, la obra contiene algunos giros, reconstrucciones y “homenajes”. Inevitablemente, el personaje de Pedro, que hace Juan, tiene algunas cuestiones mías, pero sobre todo, tiene mucho del “nosotros”, de los actores y actrices que conozco, de jugar y reírnos de nosotros. Hay, también, algunos guiños de mucha pregnancia. Quizás por eso siento que, dentro de su levedad y cándido semblante, la obra propone pasajes que teníamos el anhelo de expresar profundamente.
—¿Acordás con la idea de que el teatro,
por un lado o por el otro, siempre termina hablando de sí mismo, algo que Chejov, ya que vino a cuento, tenía muy en claro?
—Creo que es así, porque después de todo del lugar más genuino que se puede partir es desde aquél en el que se ha vivido. En el caso del teatro, por suerte, está además el grupo, allí las cosas se mezclan y se multiplican. Porque el teatro, si bien encarna un ideal singular, se expone como voz coral, que acumula en sí misma pluralidades, destinos compartidos, promiscuidades y diferencias. Es un sistema plural, de invenciones, pautas, ambiciones, sueños, lealtades y traiciones. Por eso, actuar es reconocer algo que se ofrece imperfecto, fruto de la inestabilidad y la tensión. Es un acto insuficiente, fragmentado, a través del cual se realiza y despliega una forma. En mayor o menor medida, en Rosario o en cualquier parte, cada puesta en escena, explícita o implícitamente, propone rediscutir las formas con las que se hace teatro.
—Hablar de “una comedia de acá”, ¿remite a un tipo de humor eminentemente rosarino?
—No, aparece el “de acá” porque hay pasajes donde jugamos con algunos giros “olmedianos”, pero en definitiva no sé si tiene algo de rosarino. Rosario tiene grandes cómicos, lo que nosotros hacemos en esta obra es comedia. Es decir: como toda comedia, es una derivación sutil de lo cómico, no se trata de la risa sino de la sonrisa, que se combina con otros sentimientos, como en algunos pasajes dramáticos que hay en la trama.
—Se publicó que remitís a “experimentar con el más bastardo de los géneros: la comedia”; ¿lo decís por su complejidad o por su supuesta banalidad?
—Por las dos cosas: me engancha la comedia porque pueden convivir ambas cuestiones, lo banal y lo profundo. La comedia nació para poner en escena todas aquellas emociones que por no ser heroicas podían ser llamadas vulgares. Así como a la tragedia la constituye el lamento por las desventuras y la muerte del héroe, la clave de la comedia es el deseo sexual insatisfecho; de eso tratan de un modo u otro todas las comedias, tanto las cultas como las populares.
—¿Sos partidario de un teatro que no piensa en el público o todo lo contrario?
—Todo lo contrario: creo que tenemos que partir de nuestros motivos personales pero incluir desde el inicio de un proyecto al otro, al público, no dejarlo afuera. Siempre digo que el teatro es una máquina que la conforman los que hacen teatro, los que ven teatro, es decir el público, y los críticos, y los que no ven teatro, es decir también lo constituye lo que falta. El teatro es un arte que se hace con y para el otro, implica, hace lazo; para mí su compromiso ético se acrecienta cuando da valor a la diversidad. Sabemos que el teatro, desde sus orígenes griegos, fue producto de las intenciones colectivas. Su ensamble es una inscripción y un acontecimiento en un momento grupal, además de ser dirigido a un grupo de espectadores como colectividad.

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