“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




lunes, 9 de abril de 2012

Una fiesta popular y pagana





CRÍTICA TEATRO

La compañía teatral Tablas Rodantes trae al presente con inusual eficacia “Arlequín, servidor de dos patrones”, clásico de la Comedia del Arte de Carlo Goldoni, bajo la dirección de Nicolás Jaworski

ARLEQUÍN, SERVIDOR DE DOS PATRONES
Autor: Carlo Goldoni
Dirección: Nicolás Jaworski
Asistencia general: Marcela Ruiz
Actúan: César Artero, Daniel Covacevich,
María Franchi, Nicolás Jaworski, Martín Ovando,
Marcela Ruiz, Mariano Oviedo, Lumila Palavecino
Músicos: Alejo Castillo, Bruno Ferrua
Escalinatas del Parque de España, domingos a las
18, a la gorra


Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano y la gente, en su edición en papel del lunes 9 de abril de 2012)
Entender al teatro como una fiesta, como una reunión callejera para todos, un convite ineludible, un encuentro de liturgia “pagana” en el que el objeto a develar, la intriga de lo que se intenta contar, se convierta casi en una anécdota para darle prioridad a una enorme gama de recursos que a poco de comenzar la función tienen al público como principal aliado, merced al talento y la entrega de sus protagonistas.
Algo de esto sucede con la compañía rosarina Tablas Rodantes, que dirige Nicolás Jaworski, que en diciembre de 2010 puso en marcha su carromato teatral con una versión del inoxidable clásico de la Comedia del Arte Arlequín, servidor de dos patrones, del autor italiano Carlo Goldoni, con la que ahora se presentan los domingos, a las 18, en las escalinatas del Parque de España (Sarmiento y el río), a la gorra, luego de recorrer diferentes escenarios tanto de la ciudad como de otras localidades.
El de Tablas Rodantes es el primer “teatro móvil” de la ciudad que, como propuesta fundante, tiene como objetivo salir en busca del espectador “divulgando el arte y el oficio del actor”, apelando al sentido común del que disfruta de su propuesta y luego deja en la gorra lo que cree que debe pagar por el espectáculo, en uno de los momentos más simpáticos e inteligentes de toda la velada.
Tomando como disparador las circunstancias que encierra Arlequín, escrita en 1745, y revelada como la obra más conocida de este veneciano que vivió en el siglo XXIII y que, con sus piezas, aportó nuevos aires a una estética ya transitada por algunos de sus contemporáneos, el director rosarino y su equipo ponen el acento en lo festivo, en el desparpajo que habilitan ciertos perfiles de los personajes y en el vínculo con el público.
La historia es conocida: un criado de nombre Arlequín, para poder sobrevivir, decide trabajar, al mismo tiempo, para dos patrones. Si bien en un principio todo marcha sobre rieles, con el paso de los días, una serie de situaciones irán complicando su cotidianeidad hasta el punto de no poder sostener su “doble vida”.
Los enredos, amoríos y situaciones equívocas propias del género, se potencian en esta pieza a punto tal que se revela con el tiempo en paradigma y referente de la Comedia del Arte, en la que conviven diversas disciplinas artísticas y lenguajes escénicos, algo con lo que el equipo de Tablas Rodantes sabe lucirse, todo sostenido por la presencia de dos músicos en vivo que acentúan aún más el clima festivo.
Hay aquí varios elementos a poner en consideración. En primer lugar, el clásico de Goldoni elevado a su máximo registro carnavalesco: si en su momento, el autor quiso reflejar las contradicciones y ocultamientos de una sociedad aristocrática de baja estopa, en el presente, el equipo que comanda Jaworski ironiza sobre este punto dejando al descubierto las falsas morales y diatribas de dudoso contenido de algunos de los personajes.
Por otra parte, el sentido de sacar el teatro de la sala para ponerlo en la calle implica un riesgo para cualquier artista, algo que Tablas Rodantes sabe sortear con talento y, sobre todo, con mucho entrenamiento. Tanto es así, que el juego teatral que se plantea pone en un segundo plano las calidades interpretativas (las hay mejores y peores) en función de sumar entre todos para contar una historia con final conocido (o previsible), pero que funciona a la perfección con el público, en definitiva el verdadero destinatario de todo este proyecto.
Es así como los personajes (los actores) se muestras permeables a lo que acontece en los alrededores del carruaje, apelando, en algunos casos, a la experiencia del trabajo en la calle, donde la estética del clown brilla por encima de otras, y donde cada uno potencia el trabajo de su compañero cada vez que salen a escena o se mezclan con el público, en una especie de constante vodevil en el que las puertas (las reales y las imaginarias) se multiplican.
Y si se habla de permeabilidad, en el espectáculo, inteligentemente, Jaworski habilita a sus actores a entrar en otros registros, como el televisivo, trayendo a escena clichés de Olmedo o El Chavo, que acercan aún más al espectador pero sin perder de vista que se trata de un clásico en su aspecto formal de base.
Así, sosteniendo todo el tiempo cierta algarabía carnavalesca y murguera, el equipo no pierde de vista algunas resonancias políticas que subyacen en el texto, lo que, por encima de todo, lleva a pensar acerca de cuál es la realidad de los artistas callejeros, cuál el sentido de ofrecer su arte de forma tan generosa, y cuál es el lugar que hoy tienen esos artistas en la escena rosarina.

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