“Para nosotros, los del teatro, es importante regresar a Shakespeare por un momento. Después, volver a hacer nuestras propias cosas dándonos cuenta de que nada de lo que podamos hacer podrá llegar a ser tan bueno. Este sentido de la perspectiva no es desalentador, es una inspiración”.



Peter Brook




miércoles, 6 de junio de 2012

Cutre, desaforado, ominoso


Foto: Marcelo Manera 


CRÍTICA TEATRO 


El actor Pablo Mikozzi, bajo la dirección de Tino Tinto, muestra en “Por el lado más bestia” una galería de personajes que vio en la calle, a los que ni juzga ni redime, sino que los expone con ingenio y talento


POR EL LADO MÁS BESTIA 
Dirección: Tino Tinto
Actúa: Pablo Mikozzi
Sala: Café de la Flor, Mendoza 862,
viernes a las 21.30



Por Miguel Passarini (Publicado en El Ciudadano & la gente, en su edición en papel del miércoles 6 de junio de 2012)
La mordacidad puede ser un arma de doble filo si no se entiende la lógica de ese humor que abreva en lo cutre, en lo desaforado, en lo ominoso; en ese campo de lo cotidiano que la sociedad “moderna” prefiere poner al costado del camino porque obstaculiza, nubla, molesta, distancia, disocia, corre de eje.
Por el lado más bestia, elogiado espectáculo unipersonal del actor Pablo Mikozzi con dirección de Tino Tinto, que por estos días reparte cartelera entre el porteño Centro Cultural Konex, donde se presenta los domingos, y el Café de la Flor de Rosario, donde desembarca los viernes, lejos de escaparle a ese costado complejo y muchas veces inasible, lo toma como disparador y lo eterniza en un sinfín de personajes que desde la risa disparan con munición gruesa contra la estupidez, la mediocridad y la ignominia.
Mikozzi (o el Sr. Mikozzi), siempre políticamente incorrecto, no prescinde del monólogo a público o de lo que ahora llaman “stand up”. En el comienzo, le sirve, por las dudas, para ubicar a algún desubicado que quizás no sepa qué es lo que ha ido a ver. Le sirve, además, para decir algunas cosas desde el actor, desde el enorme artista que es, desde esa convención o pacto que una vez “firmado” no admite quejas o reclamos.
Lo que viene después es una galería de criaturas indemnes, al menos en apariencia, pero que, poco a poco, comienzan a despellejarse y a mostrar un mundo, un espacio de pertenencia, lo doloroso, lo agrietado de una cotidianeidad sin remedio que les toca vivir, y lo insoportables o desagradables que pueden llegar a ser, subidas a un carrusel que no da respiro hasta el final.
Paradigma de los obsesivos compulsivos, un adicto a la informática dejará en claro que la incomunicación es el signo de estos tiempos: “Nada más comunicativo que un muro”, dirá en referencia a la portada personal de la red social Facebook mientras que, con singular ironía, ridiculiza los lugares comunes de un universo virtualizado hasta el hartazgo. 
La locura inmodesta de un futbolista que apela a la terapia recién descubierta y se jacta de su elección, entre cantitos funestos de rimas pegajosas, darán paso a Esvástica, acaso el más recalcitrante de todos los personajes, que Mikozzi se calza con una certeza pocas veces vista en un escenario. No es esta “rubia tarada” una más del montón. Por el contrario, xenofobia en dosis incalculables y la prístina mirada de una realidad de camionetas último modelo, shoppings y tilinguerías varias, completarán el pasar de un personaje que detrás de la risa que provoca esconce el más atroz de los mensajes, al punto que matar a un “trapito” en la calle por descuido puede volverse una tentación de risa tan histérica como impertinente.
Cuando el incandescente Parakultural pareciera filtrarse en un off que permite escuchar algunos pasajes del ya histórico “Poema de las conchas”, Mikozzi vuelve recargado con el personaje que, quizás, mejor lo representa: un animador de fiestas infantiles abatido por la rutina y la música de Los Parchís, que odia el lugar que le tocó en la vida (y en el arte), que adiestra a la manada de niños de turno para que cante a coro, y que, al mismo tiempo, da pena desde su patético “mundito”, reconociendo como un equívoco el no haber “estudiado”. En el medio, un pequeño homenaje al teatro con objetos que muestra otra faceta del actor, distiende y maravilla frente a la metralla de palabras oscuras que se acaban de escuchar y de las que estarán por venir. 
Ni el paranoico que habla de la inseguridad y de los alcances de los funestos informes televisivos, ni el portero de edificio facho con su diatriba chismosa y homófoga mientras desnuda su historia de amor “diferente”, alcanzarán para cerrar un viaje en el que el actor, bajo la mirada atenta de su colega Tino Tinto, apela a los personajes que vio o escuchó; son personajes de la calle que lejos de ser redimidos o juzgados, sólo son puestos en primer plano, con una dosis de verdad infrecuente, con la sabiduría que dan la noche, el recorrido, el saber ver e interpretar.
No alcanzan, porque el público pide más. Hay otros que aparecen o desaparecen según la ocasión (según el clima), pero todos están ahí, en el cuerpo del Sr. Mikozzi, prestos para salir a escena.

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